19 abril, 2024

Un lugar, todas las disciplinas

El Gran Hermano

Atlanta

Atlanta 1 Tigre 1

Algún sábado de radio en el programa emblemático de Alejandro Apo, “Todo con afecto”, descubrí el cuento de Sebastián Jorgi: “Vos, lo viste jugar a Martino?” Una historia de fútbol, pero sobre todo de la vida. Pero ese Martino que aparece como consulta permanente, no es el Tata, sino Rinaldo Fioramonte Martino. Uno de los futbolistas destacados de la década del 40. Fue la usina de arte de un inolvidable San Lorenzo, con el que ganó el campeonato en 1946. También, jugó en Juventus, Boca, Nacional de Uruguay, y en el seleccionado argentino. Parafraseando a ese enorme cuento, te pregunto: ¿Vos, lo viste jugar a Riquelme? No, Román no. Claro, que JR fue un extraordinario número 10, de los mejores nacidos en la tierra de Mercedes Sosa y René Favaloro. Me refiero a otro, de nombre Sebastián. Hizo un gol de tiro libre en el empate 1 a 1 de Atlanta ante Tigre que si se cotiza en la Bolsa de Comercio te llenas de plata como si hubieras ganado el Loto.

Por la fecha 13 de la Primera Nacional en Victoria se midieron Matadores y Bohemios. El que ganaba alcanzaba en la cima a Gimnasia de Mendoza, que el día anterior sufrió un robo descomunal por una pandilla comanda por un ñato llamado Nelson Sosa, que algunos dicen que es árbitro de fútbol. Prefiero reservarme la opinión que tengo de su profesión.

Atlanta para enfrentar a Tigre cambió el esquema. Por primera vez desde el arranque jugó con una línea de 5, con 3 centrales (Alán Pérez, Valentín Perales y Martín García) y 2 laterales volantes (Flores y Luque) La división de bienes del mediocampo se la repartieron Bolívar y Ochoa Giménez. El triunvirato de ataque lo armaron Solari, Colombini y Pedrozo, salvo algunos chispazos, sus trabajos no fueron nada fructíferos. La mutación táctica lo incomodó al equipo de Erviti. A tal punto que en la rigidez del primer tiempo volvió al cuadrado defensivo, ubicándolo a Perales al medio. No por característica de sus jugadores, sino por la distribución de la riqueza en la cancha, se terminó jugando esos 45 minutos iniciales con el clásico 4 3 3.

Tigre empezó mejor, dominando el esférico con el habilidoso González Metilli. El ex Estudiantes de BSAS es más peligroso que caminar por Londres con la 10 de la selección que uso Diego en el 86. El de doble apellido a los 18 minutos de la parte inicial hizo estragos por el costado izquierdo de la defensa bohemia. Soltó la redonda a las profundidades del área rival y sin querer queriendo Pablo Magnín empujó ese balón al fondo de la red. Gol de goleador y a remar contra la corriente para el elenco de Erviti.

Atlanta manejó la pelota después del gol local, sin tener todas las luces encendidas. Ya que las de arriba estaban quemadas. Por momentos de manera intermitente se prendía la de Pedrozo, pero los otros atacantes no lo alumbraban ni con la linterna del celular. Es cierto que el conjunto visitante pudo haberse ido al descanso en tablas, pero más por pereza de Tigre que por virtudes bohemias. Que encima este retoque táctico le quitó luz a sus laterales. Flores no sabía si se ponía la pilcha de defensor o el mameluco de volante. Luque, de muy buen ingreso ante Quilmes en el costado izquierdo del lateral, fue una sombra. Por momentos jugó de interno, desplazando a Ochoa Giménez al costado derecho, siendo más zurdo que Lenin. Y en otros ocupó puestos defensivos, pero nunca tuvo sorpresa en el ataque, y eso fue lo más preocupante.

En el segundo tiempo pintaba que Tigre marcaba otro tanto. Atlanta no podía retener el balón por nada del mundo. Y esa chance de aumentar el resultado el Matador la tuvo a la vuelta de la esquina. En verdad, a 12 pasos. A 11 metros de distancia. Baliño sancionó penal de Rago. Discutible, pero muy cobrable. Fue a rematar el goleador Magnín. Su tiro de gracia fue del centro hacía el palo derecho del golero, que con determinación y con la gamba le detuvo la ejecución. Un nuevo atajadón de Francisco, que no es el Papa, pero para Atlanta ya es casi una religión entre sus hinchas. En el segundo tiempo se atajó hasta la lluvia. Hubo un par de situaciones de riesgo que respondió magistralmente. Le sacó una bola de fuego a Prediger y se le anticipó a los delanteros rivales cuando quedaban mano a mano, producto de que Atlanta estaba largo en el campo. Por un decreto de necesidad y urgencia, fue la figura del match.

Como un reloj de arena, Martín García en el Bohemio fue de mayor a menor en su rendimiento. Sólido como una roca en los primeros partidos y errático en los últimos. No es para preocuparse, sino para ocuparse. Tampoco Solari mantuvo su status de juego. Alguna lesión lo perjudicó y el parate general por la pandemia frenó al elenco de Erviti. La mayoría bajó su nivel. Podría seguir nombrando en ese círculo vicioso a Colombini, a Flores y Fernández, pero es inútil como hijo de millonario.

Cuando nada lo hacía sospechar, y el Bohemio le quedaba lejos la portería ajena, apareció él. El Gran Hermano. Atlanta tenía un buen tiro libre cerca de la puerta del área rival. El dueto de ejecutantes lo formaron Ochoa Giménez y Riquelme. El primero se movió sin tocar el balón para dejarlo a él como único protagonista de está obra de arte (si ya sé, es exagerado el término, pero todavía estoy envuelto en emoción violenta) Remató Sebastián Riquelme con tanta clase que la clavó en el ángulo izquierdo. Golón galáctico, alucinante, de otro partido, de otro campeonato, de otro Mundo. Por eso te pregunto: ¿Vos, lo viste jugar a Riquelme?