Aún están bajando los “Pancho Rago” de la garganta. Se confirma la teoría que se sufre más viéndolo por la tele que estando en la cancha. Todavía escucho el eco del grito de mí Viejo cuando Marcioni lo empata en el epílogo de los noventa minutos. Ese gol debe estar en el podio de los más entonados en las últimas décadas. El que te dio una vida más, el que te devolvió la esperanza, el que mandó todo a esa maratónica definición por penales. El que permitió ver a mí Viejo emocionado como nunca, ya que ese señor tiene una armadura de roble, pero Atlanta rompe con cualquier barrera.
Después de 27 años, “El Bohemio” pudo pasar de nivel en un Reducido. Quebró el conjuro que lo perseguía y avanzó con el Código Penal bajo el brazo ante San Martín de Tucumán, luego de igualar 2 a 2 en los 90 minutos, en el duelo morboso que el destino futbolero diseñó. Ya que se enfrentaron los dos equipos más estafados de los últimos años por la casa matriz del fútbol argentino. En la cancha se jugó en alta tensión, pero fuera de ella se vivió una guerra. La batalla de Río Cuarto (se disputó en el estadio de Estudiantes de esa ciudad cordobesa) Tuvo más condimentos de un enfrentamiento bélico que un partido de fútbol.
El primer tiempo fue más pesado que poncho de mármol. Se sacaban chispas con solo mirarse. Como guapos de cartón se tenían ganas, pero como dirían en el barrio, se comían los mocos (perdón si alguien esta comiendo mientras lee estás líneas) En las (casi) vacias tribunas bajaban insultos para la dupla técnica del “Ciruja”. Todo se tornaba espeso. El fútbol de los dos era más bajo que la tasa de natalidad del Vaticano y observar una jugada de gol era más raro que toparse con Susana Giménez en el bondi. El equipo del interino Cassano fue un puchito más que el “Santo” Tucumano. Generó aproximaciones al ritmo que imponían el dueto de volantes de doble apellido, Váldez Chamorro y Ochoa Giménez. Pero el resultado frío del 0 a 0 los calificaba a los dos de cuerpo entero.
Cuando se estaba desperezando el segundo tiempo, San Martín de Tucumán abrió la cuenta. Ricardo “Tito” Noir, en posición adelantada, se anticipó a propios y extraños para entonar el primer grito de la tarde. Nadie advirtió, sobre todo el juez de línea, que estaba en fuera de juego. Pero ese gol, cambió la tónica del partido. Lo abrió al encuentro como un forense hace con los cuerpos. Y ya nada fue lo mismo. Las emociones ganaron terreno, aunque más adelante las discusiones llegarían a su clímax.
A los 11 minutos del complemento otra vez Noir sería protagonista, no en el área bohemia, sino en su propia retaguardia. Sin querer queriendo lo empuja a Ramiro Fernández, que exageró en la caída, pero es penal el que cometió “Tito”. Es cierto que de esos hay un lote en los campeonatos y los árbitros lo sancionan con la frecuencia que nos visita el cometa Halley. Fue una tonta infracción del delantero, que le faltó oficio de defensor para suprimir al atacante rival. Lo más cuestionable es saber por qué motivo Noir andaba en ese lugar de la cancha. En esta historia e histeria de los entrenadores que le piden a los delanteros que peguen la vuelta, tememos que terminen mas atrás que sus propios arqueros. Luego de la pena máxima sancionada, Millón Giménez estampó con la potencia de un bafle el empate.
Luego del penal cobrado por el colegiado Franklin, explotó el banco de suplentes tucumano. De la dupla técnica el que más perdió los estribos fue Orsi, que hasta se peleó con la policía. En la cabeza del “Santo” se jugó el partido con la bronquitis de los 44 puntos que le borraron. Entonces cada fallo que le sancionaban, se le reabría la herida, esa que tardará un siglo en cicatrizar.
A pesar de los enojos y de la marcha de la bronca, el elenco norteño logró conquistar el segundo gol. Definición premium de “Tino” Costa. Ante una salida fuera de su hábitat del arquero Rago, que despejó con la saviola ya que la defensa bohemia había quedado más en línea que el wahtsapp. Pero “Pancho” en lugar de cabecear, como mandan los libros, al costado, lo hizo al medio, para encontrar la pegada deliciosa del experimentado “Príncipe” Alberto. Otra vez San Martín en ventaja.
Todo se terminaba, “El Ciruja” en un partido de queja más que de juego estaba logrando pasar de pantalla en el reducido. Otra vez sopa para Atlanta en un torneo mata mata. Pero había lugar para la épica. Se estaba montando un escenario de milagro. Cassano la pegó con el cambio. Mandó a la cancha al “Pony” Oyola, que encara hasta una monja en el boliche. Cuando el tiempo reglamentario se cumplía, apareció el petiso. Desbordó por izquierda, dejó de garpe a su marcador, envió con el corazón la pelota al área y en el segundo palo estaba parado como un héroe Julián Marcioni para disparar y empatar el encuentro.
No fue el TAS, ni la AFA, los que definieron la suerte de Atlanta y San Martín de Tucumán en la turbia Primera Nacional. Todo quedo en manos del tribunal de los penales. Esa larga y traumática definición que mezcla la diosa fortuna, con la técnica, la psicología y el temple fue el motor que resolvió el litigio. Ahí se impuso “El Bohemio” con la puntería de hierro y con las manos de acero de Rago.
El elenco de Villa Crespo anotó los 4 disparos que oficiaron de bombas mólotov. Y San Martín solo pegó uno, el de Diarte, que le sirvió para recordarle al mundo entero como le afanaron los 44 puntos. Antes y después apareció la máxima seguridad del arquero Francisco Rago, que le detuvo con grandeza los disparos a “Tino” Costa y a Ramiro Costa. Por lo visto, si estás en la costa, Rago te ataja.
El último tiro desde los 12 pasos lo sentenció el mismo autor del gol del agónico empate, Julián Marcioni, que sepultó al “Ciruja” y emocionó al pueblo bohemio, que con el sufrimiento tatuado en el alma pasó de fase en el reducido y ahora espera rival. Morón o Ferro, será la próxima batalla. Si Quilmes le gana a Agropecuario, tocará el de Caballito. Si triunfa el “Sojero”, se medirá ante “El Gallito”. Se jugará el próximo jueves, para cortar la semana y también nuestra respiración.
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