Todos los sábados en los que Deportivo Riestra jugaba de local, José Luis llegaba a la cancha a las 11 de la mañana. Esperaba que abrieran los accesos y mostraba su carnet de socio para entrar primero. Se acomodaba casi en el córner izquierdo del lado local; ahí donde se juntan la
popular y la platea. Desplegaba su bandera con la leyenda: ”Mi deseo es verte campeón”, tomaba unos mates y veinte minutos antes de que comience el partido enrollaba la bandera, guardaba el mate y se iba. Nunca se quedaba a ver jugar a Riestra.
Para esa época yo estaba sin laburo y, para ganarme unos pesos, le daba una mano a mi viejo que tenía la concesión del puestito de patys y choris de la popular local en Riestra. Ahí empecé a observar el comportamiento de José Luis. Cada dos semanas, cuando había partido de local, el tipo repetía el mismo ritual: llegaba primero, desplegaba su bandera, tomaba mate
y un rato antes del pitazo inicial se iba.
Un día, cuando José Luis se estaba yendo a contramano de la gente que llegaba, lo encaré:
– Perdoname hermano, ¿por qué siempre te vas antes de que empiece el partido? –
– Porque mi deseo es ver campeón a Riestra – me contestó y siguió su camino.
En ese momento no entendí lo que me quiso decir. Pensé que se trataba de un “loquito”, de esos que abundan en los estadios del ascenso. Pero no; José Luis era un tipo bastante normal. Entablamos una relación que podríamos definir como de “casi amistad”. Incluso una vez, que yo había pegado onda con una flaca del club y la invité a salir, combiné con él una salida de a
cuatro porque Mariana (así se llamaba la flaca) no se animaba a salir sola conmigo y decidió traer a una amiga.
Nos encontramos con las pibas en la esquina de Avenida Sáenz y Perito Moreno. Mi intención era ir a la pizzería “La Rumba”. No porque fuese gran cosa, si no para contarles que en esa pizzería el Diego (Maradona, obvio) se había gastado su primer sueldo de Argentinos Juniors invitándola a comer a Doña Tota. Como las pibas eran futboleras y del barrio, pensé que con ese chamuyo tenía un entre asegurado.
La noche resultó perfecta. José Luis estuvo genial: simpático, ingenioso, me devolvía todas redonditas para hacerme quedar como un duque. La cuestión es que con Mariana terminamos en el telo de la calle Rondeau al 2900 y nos despreocupamos de lo que había pasado con José Luis y la otra piba (Romina era).
Al día siguiente me llama Mariana y me dice: “Che, ¿qué le pasa a tu amigo?”
-¿Por qué? – le contesté.
– Porque Romina estaba loca por el chabón y cuando estaban a punto de empezar a transar, el tipo se fue a la mierda–.
– Eh… ni idea. Dejame que le pregunte. No sé que pasó… -.
El sábado Riestra jugaba de local contra Midland. Me paré atrás de la puerta de acceso a la popular local. Sabía que José Luis llegaba siempre primero al estadio y necesitaba preguntarle que había pasado con Romina. Cuando se abrió el portón entró José Luis con su bandera y su mate como siempre:
– Hermano, ¿qué pasó con Romina el otro día? ¿No te gusta? -.
– Romina me encanta: es hermosa, divertida, inteligente y muy sexy, para ser honesto–.
– ¿Entonces? –.
– Mi deseo es enamorarme de alguien así-.
Terminó de decir eso y siguió caminando hacia la popu, como si me hubiese entregado una verdad irrefutable. No supe que decir y escuché el grito de mi viejo que me llamaba para cargar unas gaseosas en la heladera.
El tipo se iba antes de los partidos. Se iba antes de los encuentros amorosos…
Cuando llegó la época de las fiestas de fin de año, José Luis me invitó a su casa a cenar para Año Nuevo con su familia y otros amigos y amigas. “Vamos a ser como 30” me dijo. “No se te ocurra traer nada. Yo me ocupo de todo”, agregó.
Al llegar esa noche a la casa de José Luis, la escena era majestuosa: una mesa para 30 comensales dispuesta con todos los manjares típicos de las fiestas, bebidas bien frías de los más variados tipos y orígenes, con y sin alcohol. Todo decorado con arreglos florales y luces de colores que colgaban de las paredes. Cuando el último de los comensales se sentó a la mesa,
José Luis pidió la palabra y dijo: “ Familia, amigos, amigas. Mi deseo es que la pasen de maravillas”. Terminó de decir eso, agarró las llaves y se fue. Nadie pareció sorprenderse por esa actitud.
Salí corriendo detrás de él y cuando estaba por subirse a su auto lo agarré por el hombro:
– Chabón, ¿me estás jodiendo?, ¿cómo te vas a ir después del festín que preparaste? -.
– Mi deseo es que mi familia y mis amigos la pasen genial –.
– Tu deseo es que Riestra salga campeón, tu deseo es enamorarte de una piba como Romina, tu deseo es que los tuyos la pasen bien…ahora nunca te quedas a presenciar esas concreciones, ¿cómo se explica?-.
– ¿Sabés que pasa flaco? Yo, sin deseos no puedo vivir –.
– ¿Y? –.
– La forma más efectiva de matar al deseo, es concretándolo…-.
Me guiño un ojo y arrancó por Avenida Caseros para el lado de Parque Patricios.
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